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sábado, 17 de julio de 2021

La cosa empezó así

Salgo de casa casi siempre con la misma sensación de que me olvido algo. Pero no sé qué es. Yiley me diría tajante:

-La dignidad.

Pero tampoco. Porque lo que olvido es algo que creo no busco, ni tampoco encuentro. Entonces me dije para mi mismo que no importaba todo eso y que me enfocara en lo que tenía que hacer para sacar el día adelante. Llovía y el tiempo estaba para quedarse en casa en la cama, calentito, soñando esos sueños que se olvidan nada mas levantarse, quedando la imagen de que fueron hermosos. Tomé el tren a horario y viajé hacia el trabajo. Tareas diarias. Automatizado. Sistematizado. No sé que me pasa. No estoy bien. No coordino. No actúo. No vale quejarse y decir que el jefe y sus poderes para parecerse a Dios. Sus lacayos lambiscones. Reuniones inncesarias. Administración innecesaria. Vida innecesaria. No. Estoy dormido, zombi. Asi estuve hasta que se hizo la hora de la salidad y me fui a la mierda. Queria hacer lo mismo que venía haciendo todos los fines de semana. Devolverle mi sueldo a la sociedad. A la empresa que me contrató. A mis compañeros. A mi familia. Que desastre soy. Lo primero que hice fue ir de librerias a la calle Corrientes. Miré mi celular. Youtube me recomienda cosas de gente esquizofrénica. Nada nuevo tampoco. Un par de libros al azar. Libros que ya tenía físicamente o descargados en el celular con la intención de tenerlos nuevamente o por primera vez físicamente o regalarlos ante una eventual circunstancia para regalar libros. A veces, casi siempre, eran libros que me hubiese gustado no pagar. Miradas desconfiadas de los libreros ante mi acechantes ansias de afanar. Después de dos o tres librerías me fui al Kentocky, un lugar donde hacen pizzas y empanadas y siempre me cobran mas caro que lo que dice la cartelera de los precios. Me senté en la barra. Pero no comi ni empanadas ni pizza sino que tomé dos botellas de cerveza con unos maníes. Como se paga antes de consumir no me quedó claro cuanto salieron realmente las cervezas. Tampoco llevaba ma cuenta de lo que había gastado en las librerias. Pensé que deberia haber contado cuanta plata tenia antes de entrar en el derroche. Pero tampoco era tanto derroche. Salí de ahi y le compré al vendedor de voz grave del teatro unas garrapiñadas y unas tutucas. En el kiosco de la esquina le compré al paraguayo que Yiley coqueteaba un six pack de Brahama. Y sin saber si se escibe asi fantasié con la idea de escribir una historia que se llamara Los vagabundos de la brama. Pero rapidamente me empecé a criticar mi falta de mundo, mi ingenuidad, una especie de culpa de clase, de pertenecer a una clase y querer hablar de otra sin pertenecerlo. Hablo de los vagabundos no de la cerveza. Que mas daba. Nos quedamos hablando con el paraguayo un rato sobre el dia, sobre la noche que se venía, sobre el tiempo. Y me despidió con un simple, claro y conciso:

-Tiene que llover.

O tal vez fue eso lo último que escuché. La ciudad parecía mas lenta. Mas pausada. La llovizna caía despacio como si cayera en camara lenta. Empecé a caminar mas rapido tomando la cerveza. Di la vuelta. Volví al kiosko y le pedí al paraguayo una lapicera y una libretita. No tenia libretita. Dame un papel, algo. No tengo nada. Me sacó de las manos la lapicera. Cien pesos. Cien Pesos! Me fui a la mierda. Maquiné un rato si la gente me veía la cara o qué. Queria escribir un poema que había pensado para Yiley. Y no tenia lapicera. La lapicera no me pertenecía. Lapicera. Birome. Se me habia caido. Se me habia de alguna manera caido la compra de la birome y eso significaba que ella se estaría acordando de mi. Como cuando se te cae algo y enseguida la primer letra de lo que se te cae es tambien la primer letra del nombre de la persona que se está acordando de vos. La Yiley. Por un segundo pensé que estaba perdido. En todo sentido. Que nada tienía sentido. Todo estaba exageradamente pantanoso. Enseguida me ubiqué con el poema escrito en mi cabeza imaginandome el sentido de los subtes. Y lo escribí mentalmente, pensando desde abajo, como se veian las cosas acá arriba...Y se escapa y camina hacia un tren vacío donde otro hombre llora por ella...

Era una galería que se subía por un ascensor. Jamás supe donde podrian estar las escaleras. Hasta llegué a pensar que no habia y que ante un eventual corte general de luz la gente se quedaria atascada. Pero estos lugares tienen generadores automaticos, asi que eso nunca pasa. Pero y si ese dia en ese momento no está el que genera automaticamente la luz. De seguro algunos vecinos residentes lo sabrian enchufar. Y si no habria residentes en el lugar y era toda gente de paso. Seria la condición sine qua non para entrar al lugar. Llegás desesperado buscando un departamento a las 12 de la noche y te dicen que tenés que saber que hay que enchufar el generador automático por si se corta la luz. Pero y si es automático por qué tiene que enchufarlo alguien. Aparte nadie busca un departamento a las 12 de la noche. En fin, pensaba siempre en eso mientras el seguridad me revisaba la mochila llena de libros, me sanitizaba y me dejaba entrar al ascensor para subir. Esa noche no iba a ser asi. 

Llegué y no habia seguridad ni nada porque la galeria estaba cerrada por unas persianas y no se podia entrar. No habia forma. Pensé en la gente adentro. Pero no. Definitivamente no podia haber nadie adentro. Tendria que ser toda gente de paso. Saqué el celular. Tenía 108 llamadas por whatsapp perdidas de Yiley en un rango de 5 minutos. Hice la cuenta. 10 llamadas por segundo, 100. No me daba. Cuantas veces dejó sonar el tono. Cuánto azar hay en este mundo. Entré a Whatsapp. Ella estaba en línea. Le mandé un audio. Lo vio pero no lo leyó. Le mandé un mensaje. Ya no lo leyó. A pesar de que seguía en línea. Pensé en la línea poética que nos separaba y nos unía como un maldito juego. La llamé. Me rechazó la llamada. La llamé de nuevo. Me rechazó de nuevo. En eso salió una chica con un parlante escuchando L-Gante. Una chica hombre. Quién carajo nos enseñó a desear? Quién será la próxima persona que nos rompa nuestro precioso corazón. La frené:

-Disculpe, señorita, está abierto este lugar?

Pero el ruido de la musica hizo que no me escuchara y no me diera bola. De repente alguien me tocó el hombro. Era Yiley.

-Vamos hermoso- me dijo con su inconfundible dulce voz, tan suave y angelical.

Y caminamos entre la llovizna, como si estuvieramos caminando a la luz de la luna, corriendo la noche. Mirando sus ojos hipnóticos de fuego me di cuenta de que si seguía así tarde o temprano iba a estar con el agua hasta el cuello. Si es que ya no lo estaba.