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domingo, 1 de mayo de 2022

Cuatro ebrios trabajando un poema

 " La naturaleza ama ocultarse"

Heráclito de Efeso

Mi tío se preguntó y vociferó melalcohólicamente hablando en esas altas horas de la nocturnidad: 

¿Qué hicieron con nuestras hermosas bocas que nos obligan a usar este trapo elastizado y apestoso tal fuéramos seres tan peligrosos? Las bacterias lo son. Pero no nosotros, pobres infelices. Yo camino por la calle con mi barbijo. Y me miran insolentemente los mocosos burlándose. Prácticamente diciéndome que soy un idiota, un lamebotas de mi mujer y de la propaganda oficial. 

Usen y coloquénse bien el barbijo. Quemen el barbijo. Habrá que acostumbrarse. Habrá que seguir.

El búho le respondió:

"Hay que limpiar todo por dentro", mientras bebía a boca de jarro su cáliz de vino de forma elegante. Otro tío sentenció: "Esto mata todo". 

La abuela no dice nada. Nunca dice nada. Yo los copio y les conté el chiste del chino y el argentino que llegan al cielo de San Pedro para hacer el portón y mis tíos se mataron de risa. La noche nace ante las voces de ellos.

Estamos mis 3 tíos y yo tomando cerveza en la casa de la abuela luego de una jornada laboral en la que prosperó el calor en esta ciudad pintoresca conocida como Efeso. Yo no trabajo. Mis tios tampoco. La abuela aún lo sospecho. Tiene 87 y sigue trabajando. De sol a sol. Como burra. 

Todos beben. Yo bebo mate. La abuela ceba y ceba. Dejamos nuestros barbijos en distintos lugares del recinto. En la mesa. En el bolsillo del pantalón. En la manga del brazo como si fuese una cinta de capitán. Semipuesto apenas, bajado de la boca y el mentón. Hace calor. Mucha calor. La noche ya está espesa. Los tios se convierten en trasnochados filósofos deportivos de una idea del ascenso que hace años circula en el ámbito académico. Hasta que la abuela dice: "estas ya no son horas de visitas". Y todos nos vamos. 

Nos ponemos el barbijo y desaparecemos como fantasmas.