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miércoles, 19 de septiembre de 2018

Es humo

          "La verdad es que el tabaco fue la causa de todo"
                                 Onetti

¿Qué era eso que salía de ahi? ¿Qué sigue siendo eso que sale de ahí?

Una chica que estudiaba para la carrera de administración estaba sentada en uno de los bancos del patio de la facultad. Siempre el mismo, del lado donde daba el sol en esos amens y calids mediodias de agosto, o tal vez septiembre. Apenas una brisa leve y un aroma a flores dejaban notarse en el ambiente. Ese dia, ella seguía en lo suyo. Ajena a todo. Prendía un cigarrillo atrás de otro y casi que ni los fumaba. Los dejaba estar, ser, consumirse como dando señales de que su cabeza estuviera en otra parte. Habrán sido como dos o cinco cigarros los que se prendió y ni siquiera fumó. Ella simplemente los ignoraba. Estaba en lonsuyo. Miraba fijamente lo que la pantalla de su celular le mostraba. Vaya a saber qué. La hora de volver a entrar a clases se acercaba. Y con ello las esperenzas, de seguir contemplandola. Pero como todos bien saben, la esperanza de la suma es igual a la suma de la esperanza. Matemática aplicada a la estadistica.

De repente, alguien que vestía una capucha, una persona de complexión chica, tan chica como ella, se le fue acercando hasta quedar frente a ella y sacarla de su nube. Se oyó de pronto una voz extraña. Una voz con una tonalidad neutra. Se sentó junto a ella, que le hizo lugar, y cualquier miopía fue posible para emborronar sus caras. En la repetición del diálogo, ni siquiera la saludó que le dijo:

-Sabés que hace poco compré un libro por mercadolibre. Un libro de un autor. Un autor desconocido, menor. Me lo había recomendado un viejo amigo de la infancia un día que nos reunimos o nos encontramos de casualidad en la calle, amigo que nunca más volví a ver. Lo perdí de vista para siempre. Empecé. Había ido a la librería de la ciudad, pero allí no tenían a tal autor, y decían que los pedidos de este no se concretaban porque tenía todo, (no me sale la palabra, ah sí), todo agotado. Debía ser un autor más que interesante. Recuerdo que pensé, como tambien sabía o quizas pensaba que era menor. Si decís muchas veces la palabra menor menlr menor menor te queda enorme. Investigué, como te digo, en la otra librería, la monopólica. Tampoco estaba. Que bazofia. No desistí. Investigué en internet. Se me dio por probar, que se yo, a estas alturas. Yo que nunca fui de usar la tecnologia. Más por curiosidad y por ver cómo era la cosa esa mágica de comprar un libro por internet, que por diferencia de comprar más barato que en una librería o un parque de la capital, busqué el libro que quería, sin molestarme, lo pagué por el rapipago de la esquina de casa, y me lo trajeron hasta la puerta en menos de cuarenta y ocho horas. El libro excelente. El autor, valía la pena. Dedica su vida a la literatura. Dejando su vida en ello. Sin saber si iba a ser leído alguna vez ni nada. Mucho para mí. Me dejó noqueado. Tanto que me hizo hacer muchas preguntas hacia mí mismo, preguntas que nunca me había hecho: ¿A dónde quiero ir? ¿Voy a algún lado? ¿Cómo puede ser que un tipo, como este autor, pase su vida persiguiendo algo que ni él mismo sabe que, ni como es, ni mucho menos nadie sabe que hace? ¿Cómo no había editores valientes que lo publicaban? Había que darle bola al autor. Que me hipnotizó y me embarcó en esa novela de novecientas páginas en apenas dos días. Acusé enfermedad en el trabajo y gracias a dios no me tomaron en serio y decidieron suspenderme por una semana. Mejor para mí, me dije. Tendría tiempo. Tiempo para visitar familiares, para buscar pareja, lamentablemente no. Debía buscar más libros del autor. Por lo que volví a contactar al tipo que me había vendido el libro. Decidí ir hasta allá personalmente, y ver si tenía más libros del autor y hablar un poco con alguien desconocido de lo que me estaba pasando. Nos reunimos en la esquina de la estación de trenes de una ciudad que jamás había ido y a la cual no creo que vuelva. Lo que sí recuerdo es que había muchos puentes, pero sobre la estación, no alrededor, como si para llegar a los andenes se necesitara una infinidad de puentes por todos lados en vez de los túneles subterráneos a los que tal vez estaba acostumbrado. Recuerdo también mucha, pero mucha gente, y vendedores por todos lados. Y fuera de que el vendedor llego a cualquier hora menos a la pautada puntual. La compra salió perfecta. Y la charla con el vendedor fue deslumbrante. Un tipo muy extraño y muy alto como una gran capacidad para hablar y decir estupideces como él mismo dijo casi al final de la charla, que además de vender libros tenía un proyecto literario con un tema muy interesante según él, cosa que no me quiso develar, ni el proyecto ni el tema, puesto que enseguida me contó que tenia paralelo a todo esto un trabajo como empleado en un lugar que no me quiso decir pero que definió como común y corriente como cualquier trabajo de estos tiempos. Luego, o en realidad en casi toda la charla, que duró unos diez minutos, se dedicó a hablarme de autores referentes que según él me debería encontrar en cualquier momento, como si esto fuera un juego de encontrar personas, y que yo debiera buscarlas, aunque rondó esas referencias y búsquedas más que nada por el entusiasmo que vio en mi sobre este autor, que según él era bueno, pero que no había llegado a entrar a ese reconocido canon literario, cosa que no entendí bien, pues luego siguió esa conversación tan versátil alrededor del libro del autor que yo había leído y luego me habló propiamente del autor, de su vida, que mi vendedor la tenía mucho más clara que yo, y también de las referencias del autor, los autores que el autor leía, inagotables, cosa que descubrí y me causó un temor que no pude describir como asombro. Es más, con el vendedor terminamos siendo amigos puesto que me dijo que le escriba cualquier duda que tenga a su correo, por lo que nos trasformamos en algo que se nombraría mejor para este caso, en buenos conocidos. De un lector que recién se inicia con alguien que al parecer la tiene bastante clara. "El consejo es, no usar gerundios y no repetir errores, ah, y leer, y escribir." Pues no solo sabía mucho del autor sino que sabía tanto como este, y de teroías y autores, pues había leído todos los libros del autor, incluso los publicados por editoriales menores. Ahí fue cuando descubrí que si había editores valientes, demasiados, y el muchacho vendedor también había estudiado en profundidad la obra del autor hasta llegar a todas las referencias que el autor hacia en sus libros como por ejemplo, que para entender mejor una obra del autor en la que ponía como epígrafe un texto de otro, había leído el texto del autor luego, pensando en el epígrafe, o más bien teniéndolo en cuenta, y luego había vuelto al epígrafe, a buscar el libro del autor del epígrafe, leído el libro, gran parte de su obra, y volver sobre la obra del autor, y así volverse loco como solo puede volverse un lector que se toma las cosas muy en serio. Ahí fue cuando tomé dimensiones de donde me metía. Quedé sorprendido por esa especie de revelación, y actitud del vendedor, que hasta llegué a apichonarme un poco con esto de andar leyendo cosas que tal vez bueno, mejor continúo...Pues conclusión no encuentro…Una cosa positiva fue que volví a trabajar, aunque comencé a sentirme algo mal por el tiempo que le dedicaba al trabajo, que me daba de comer, en dejar de leer.
Me hizo pensar que aun me faltaba cancha y sobre todo camino de lector. Pero tampoco tenía el tiempo que requería leer a tiempo completo. Pensaba en esa charla constantemente. Recordaba. Trabajaba la memoria. Lo más curioso que me había dicho siempre era algo nuevo. Fue promediando el final de la charla en la que me dijo que él era un escritor reconocido, algo que le desconfié hasta último momento antes de escribirle el mail. En el nombre de su cuenta de mercadolibre el figuraba con números. Y en su mail también. ¿Quién era este tipo? Decidí escribirle. Cosa que finalmente me anime a hacer ni bien terminé los cinco libros que le había comprado del autor para leer su obra completa. Finalmente lo había hecho eso de leer una obra completa de un autor. Y tanto, tampoco no había sido. Me había quedado un sabor bastante agridulce, propio, estaba seguro, de mis capacidades como lector inexperto. Había leído todo de este autor. Y había terminado cansado, sin saber qué hacer ni por donde continuar, y hasta me anime a pensar que mi etapa de leer libros había terminado. Me había engolosinado. Y tal vez mal. Le escribí. Le comenté mi situación, mi desasosiego, y deje de hablar en primera persona, puesto que le conté que una de las cosas que había rescatado del autor era que había que dejar de creer que había un yo, o algo así que tal vez fue, y estoy seguro, una mala lectura del autor vinculada con algo de psicoanálisis que mi madre me había recomendado cuando me vio engolosinado como estaba ese día en que vino a visitarme y me vio con cuatro de los cinco libros sobre la mesa, cuando ya había leído uno, y aquel de las novecientas paginas que le había dado precisamente a ella para que chusmee mi nuevo proyecto literario. Mi madre sabía que me había vuelto loco por ese autor, y aun así no dijo nada. Me regalo un libro de psicoanálisis y ese día recuerdo que comimos fideos con tuco que ella misma me había amasado en su casa, y recuerdo textuales sus palabras cuando nos despedimos: “trata de salir más, nene”. Todo eso se lo conté al vendedor. Aunque se lo abrevie lo más que pude. Al tiempo me respondió, una carta breve, en la que me sugería, si estaba de acuerdo, en hablar de aquellos libros, referencias, que el autor que había leído, “completamente” recomendaba haciendo referencia. Lógicamente, las conversaciones de allí en más se distorsionaron. Puesto que no había leído un solo libro de los otros que el autor recomendaba o hacía referencia. Y es más, había llevado toda la colección del autor para que el vendedor de la librería de la avenida la venda y me de algo por ella. Ya estaba prácticamente afuera del mundo de los libros. Aunque me daba pena terminar así una relación que había resultado bastante entusiasta por estos. Casi como si fuera un deber autoimpuesto, comencé a buscar los autores que me mencionaba el vendedor por internet, como pude, sólo biografías, y ver qué habían hecho y cuales habían sido sus penas y así la fui piloteando, hasta que la relación se volvió del todo ambigua. Tanto que casi que no nos volvimos a hablar por un tiempo largo. Bah, tampoco habían sido tantos los mensajes, pero hasta que dejamos de hablar de la obra del autor, si, habían sido mucho, concisos, y no dejábamos de hablar del autor, y el vendedor, de hablar del autor relacionándolo con otros autores que yo buscaba pero que no leía. Finalmente, cuando todo estaba por caerse, fue él quien remontó todo y se dio cuenta de que yo no había leído nada, y un buen día, hablando de libros, lógicamente, me dijo: “¿Por qué solo hablamos de libros?”. Yo solo le contesté, ya temeroso de que no me volviera a responder: Si no hablamos de libros, ¿De qué podríamos hablar? Confieso que me quedé corto, puesto que podría haberle dicho: okey, hablemos de mujeres, de nuestros trabajos, y de temas que nada tuvieran que ver con los libros, pero fue su respuesta la que puso bastante claras las cosas.
Comenzó diciendo: “Bueno. La cuestión es que esto de conversar de libros no pasa con cada vendedor de libros. No sé si te habrás dado cuenta. Por varios motivos. Uno: a los vendedores de hoy en día no les interesan los libros y mucho menos los autores, sino que quieren hacer algún dinero con ellos. Dos: Están cansados de los libros. Y ni siquiera les interesa el mercado. Por no decir que nadie ya se interesa por libros. Como te has cansado vos y como se cansa una gran mayoría. Es obvio que en el mercado del libro poco y nada es lo que se gana. Eso lo sabe cualquiera. Nadie gana nada. Todos pierden. Y hablemos solo de las ventas”.
Ahí fue cuando le confesé que había puesto a la venta la colección del autor.
Me contestó: “No ves, pero no te sorprendas que no vendas nada. Ni siquiera en los parques se vende nada ya, y mucho menos en las librerías comerciales legales, donde a pesar de ello se recauda muy bien, puesto que con una venta, en la pagan los impuestos correspondientes, les alcanza para cubrir los gastos y obtener alguna ganancia en serio por ello (Aunque aquí noté que divagaba y bastante, hasta que siguió). Y ni hablemos de las librerías de saldos, que pelean contra la escasez de novedades y abundancia de clásicos, los anaqueles desvencijados y los robos de peregrinos hambrientos y contra las telarañas del olvido que intentan hacer del vendedor un mero fantasma atrapado. Algo tristísimo y bello a la vez. Es muy romántico. Cuando uno entra en una librería así, donde parece que no hay nadie o si hay, que esa persona está a punto o ha perdido la cabeza, uno siente que esa persona está cumpliendo con su deber de salvar la poca humanidad del recién ingresante a la librería y al mundo de estas. Lo que si tienen de diferencia estas últimas es que su valor siempre irá en aumento en proyección hacia el futuro. Y en cuanto a los parques basta decir que los vendedores sobreviven. Y bastante bien. Pero no tan bien como esas librerías comerciales legales, donde están la gran mayoría de las novedades. Pero novedades frescas, recién salidas de la editorial. Y es por eso el precio altísimo que manejan allí. Luego disminuye al pasar al parque, y luego también al pasar a las librerías de saldos. Que se le va a hacer amigo, a nadie le interesa la vida de nadie. Y los vendedores, la gran mayoría son lobos solitarios que alguna vez en su vida han conseguido, esa es la palabra, “conseguido”, un libro y luego otro, y luego otro, para en el futuro intentar venderlo por mercadolibre, como para querer sacárselo de encima, sin haber siquiera hablado de ello con nadie”.
Bueno, la cuestión con este vendedor no quedaba clara porque él no me contaba quien era. Ni ahora que lo pienso tampoco yo. Seguimos conversando del mercado literario, editorial, de grupos que se juntaban para leer, de talleres literarios, de gente que intentaba ganarse la vida escribiendo. Hasta que me dijo que era escritor. Cosa que en realidad jamás le creí, puesto que tenía un trabajo según sus mismas palabras, común y corriente como el tenia cualquier persona, como tenía yo. “¿Qué tipo de escritor SOS?”, le pregunté ya enojado, más bien cansado de tanto palabrerío. “Amateur, inédito”, me contestó.”Y que pretendes con la literatura”, le insistí. “No lo sé”, me respondió. Me quedé sin palabras. Y creo que él también. Nunca supimos nuestros verdaderos nombres, ni que hicimos de nuestras vidas, tampoco nos volvimos a hablar. Bueno nena, estas linda, seguís enloquecida por el pibe que te mira a traves de la ventana. Te hiciste eda pregunta, ¿qué hay detras de la ventana?...o la de si de verdad crees que tu mano es una mano.  ¿quién sos?...Me dejo de pavadas, acá esta el libro que en clase de administracion de personal te dije que te iba a dar. Cuando lo termines pasalo a otra persona. Ah, y me olvidaba. No olvides de contarme cómo te fue con el.

De más esta decir que la persona que se le acercó era un compañero. Tan extraño como ella. Como yo, que la espié desde la ventana todos los dias antes de que entrara a cursar, hasta ese dia en el que supe que ella lo sabia. Y que lo habia sabido siempre. El espía. Cosas de más como tambien de más está decir que había puesto una mini camarita justo ese dia para ver si veia lo que ella miraba por el celular. No se veía un carajo. Y en realidad me estaba quedando miope.

Jamas supe del autor de tal libro que el compañero le había dado. Ni tampoco por qué ella tenía ese compañero. Ni por qué yo me volvi adicto al tabaco. Ni de ella, nada. Quise averiguarlo y hacer lo mismo el cuatrimestre que le siguió. Pero ella desapareció, ya no estaba en el mismo banco, como si se hubiera esfumado de la faz de la tierra.



domingo, 16 de septiembre de 2018

Pregúntale a la soledad

                      Dedicado a abuela y a muchacha solitaria

“El placer de leer es doble cuando se vive con otra persona con la que compartir libros.”
Katherine Mansfield.


Hace poco encontré un libro en los médanos de la playa de Santa Teresita. Se trataba de “Pregúntale al polvo”, de John Fante, el magnífico escritor estadounidense que no tuvo en vida el reconocimiento que merecía. La historia del libro me resultó extraña, tanto por la trama y el desenlace, como por la carta que había allí dentro había. Pues me hizo ir a otro autor, y a otra historia que jamás conocí. Paso a copiar tal carta qie encontré en el libro de Fante:

“Kutruly fue un escritor menor ruso de 1920. Fue muy amigo, según él, de Alexander Kérenski, aunque eso apenas sea un rumor de que lo vio y nada más. Te acordás Chiche, que lo encontramos apilado en una vieja librería de saldos de Florencio Varela, a la cual habíamos ido luego de una esplendida tarde de pasarla en la plaza. Y que no le dimos casi ni importancia. Hasta que leímos el libro, y nos deslumbraron tanto las primeras páginas que fuimos a desmenuzarlo a la plaza porque parecía ser un ruso muy extraño. Qué libro “La barca anclada”. Te acordás que lo leímos dos veces en un día. Que descubrimiento. Vaya que lo había sido. Como olvidar cuando se te cerraban tus grandes ojos y hacías un gran esfuerzo para seguir leyendo. Y prendías otro cigarrillo y descubríamos más de lo que el autor nos quería contar. Admirador de Tolstoi, de Gogol, de Chejov, de Dostoievski, de Turguenev, les enviaba cartas a cada uno, y aquellos ni importancia le daban. Que personaje. Cómo a nosotros nuestros contemporáneos, cuando les enviábamos cartas y los “escritores de ahora” ni pelota que nos daban. A cuántos les habremos mandado cartas para que consiguieran publicarnos. Te pregunto, no sería este escritor menor ruso un hermano nuestro. Parecía. No demostraba en su prosa una emanación de enojo, sino más bien furia, locura, y voluntad. Sabés que a estas horas divago por la biblioteca universal y no sé por qué quise escribir sobre el autor que habíamos leído la última vez. Voluntad, ponéle. Lucía diría eso a pesar de todo. Te acordarás, que luego de leerlo, decidimos ir por más. Cosa que siempre hacíamos con todos los autores que leíamos y nos gustaban, te acordás. Y no pudimos volver a leer a nadie más. ¿Te acordás? ¿Por qué nos pasó eso?.Te manda un beso y te recuerda, Luis Oscar, donde quiera que estes.”

La carta, exenta de todo análisis, no continuaba y mi sorpresa era mayor porque quien la escribía había encontrado tal autor en la librería de mi ciudad. Y era cierto. Pues fui a la librería de viejo viceversa, y encontré más ejemplares de su único libro, "La barca anclada". Me fui con él a casa y lo devoré posponiendo lecturas que ya tenía preparadas. Inclusive dejé esa semana de pasar por la biblioteca, algo inusual en mi.

Seguí enfrascado en Kutruly. Quedé con un sabor ambigúo y decidí volver a la librería por más. Allí los vendedores, entre miradas serias y cavilaciones, me dijeron que nada sabían de otros libros de ese autor. Pensé en desistir hasta que se me ocurrió comprar otro ejemplar y llevarlo a la plaza de la municipalidad. Había poca gente. Estaba por llover y un viento fuerte comenzaba a soplar con intensidad. Se me acercó inmediatamente una señora a pedirme fuego y cigarros. Obviamente nada de eso pude darle. Me senté en un banco y alli saqué la lapicera bic que mi abuelo ñato me había obsequiado. Al rato se me acercó un nene a pedirme algo para dar. Le di unas monedas. Y me apresuré como se había apresurado la lluvia. Escribí el blog de mi amigo Marcos Vargas, que había escrito el mejor primer cuento que jamas volvi a leer, pero no estaba en: www.policialesymisterios.blogspot.com su blog, que anoté en la primera pagina del libro de kutruly. Si no en el otro, sus primeros escritos. Asi que puse que lo busquen por su verdadero nombre july3p, asi sin mas, en taringa. Donde creo que estaba tal cuento, "preguntale a tu vieja". Apenas terminé de escribir me quedé mirando una pareja que leía, segú  mi miopía alcanzó a visualizar, un libro. Estuve contemolandolos un rato hasta que se levantaron, sacudieron su mantel, guardaron sus cosas en una mochila, se pusieron sus zapatillas -estaban descalzos- se prendieron cada uno un cigarrillo y se fueron alejandosé para el lado donde estaba el blockbuster. La lluvia, invitada de lujo, comenzaba a caer en forma de garúa en mi y me arrepentí de no haber salido de casa con un paragüas y de no ser un fumador. Un poemario de Ezra Pound, una novela de Banana Yoshimoto o de Laiseca,ya lo elegiría, me esperaban en el altillo. Pensé en el poema de panchi aquino sobre los zapatos pero no pude recordarlo. Me reí solo y creo que fue porque estaba comoletamente solo. Miré el cielo y el agua que levemente mojaba de a poco la plaza. Se había largado despacio. Sin embargo, la gente comenzaba a desparramarse como hormigas perdidas. Huyendo para cualquier lado. Creo que no pensé en nada mas. O si. Pensé en la soledad, en las personas solitarias, y si me quedaba un rato mas iba a ser una de ellas. Pero pensaba en la soledad propia, no a comparación de otras. O tal vez si. Una soledad de libros de alguna manera siempre era parecida a otra soledad de libros. Pero no era una soledad como la de los libros. A menos que me pusiera leerlo. Otra vez. No. Mejor dejaba de pensar como un loco empedernido. A lo Celine. Cerré el libro. Me levanté del banco. Lo arrojé con todas mis fuerzas para el lado de la alameda y me fui caminando a casa por entre medio de la lluvia.

La es pera (antipoema) eterna

 La Es pera eterna

“La eligen, te lo juro, los he visto”.
                               Julio Cortázar

Criaturas mágicas alumbraban la noche
desteñían, oscurecían, tu recuerdo
El espantoso recuerdo, de tu sonrisa.

Bienvenidos
Al cementerio
Del año presente.

Humo, gestos de tu voz,
pensamientos siempre ambigüos
la suerte de tu amistad.

Pájaros, delicados trazos
pintaban a modo infiernal
confusiones.

No sé esperar y
sobre este cielo estrecho
Me rompo la cabeza.

Pido por favor
Que calles tu silencio
Y se oscurezca mi camino.