Creo que esa
noche fue mágica y muy real a la vez. Pues iba a ser una de esas tantas noches a
las que me había acostumbrado rumbeando a la deriva, cuando lo que más quería era
parar un poco con todo eso. Dejar de apretar el acelerador lo más que se pueda,
dejar un poco en paz al cuerpo. No se podía pasar de cero a cien cuando toda la
vida había andado a media máquina. Así que medio mareado, medio en jarana, nos
despedimos con mi compañero de aventuras del atolladero de cabeza que se había convertido mi cabeza en el trabajo y tomé el subte con la sensación de que algo importante iba a pasar. Era una
noche extraña. Cálida por más que creo que hacía frío, aunque no se puede
recordar si hacía frio cuando se escribe con el calor de fondo y el ruido de un
ventilador en una noche de verano. Por eso digo que era una noche cálida.
Cuando en realidad hacía frio porque tenía que hacer frio. Estaba lloviendo. Tenía que llover. Ya andaba perdido
cuando ella me dijo que estaba en La Capital, dios mío, de tan solo
imaginarlo lo recuerdo, y lo primero que hice fue decirle lo que ella me dijo:
veámonos un rato, tiempo nos sobra. Una alegría como nunca hizo que me bajara
en el teatro Colón y corriera y corriera y corriera hasta su encuentro. Las
calles lucían mojadas y la noche las iluminaba como en un espejismo
encandilando su hermosura. Había dejado de llover.
Especie de pseudodélicoinfantoblog dedicado a la memoria de ideas que hayamos sido en un pasado, pues aquí, todo lo contado, o ya ha pasado, o bien se ha inventado, y eso por es que, debe ser, inmediatamente después de leído/escrito, olvidado...
Seguidores de Cutruli
sábado, 26 de marzo de 2022
Encuentro
Suscribirse a:
Entradas (Atom)