Hubo una historia de Kutruly que hablaba de bibliotecas perdidas en pueblos perdidos, como, por ejemplo, El Tropezón, donde Kutruly, con una destreza técnica muy pobre, contaba la historia, su historia y lo que recordaba de ella, desde la perspectiva de un joven estudiante de matemática llamado X, cada vez que iba los días 25 de cada mes a pagar la cuota de la biblioteca. La biblioteca, pequeña, agradable, que tenía los libros que debía tener, recibía al joven estudiante como si fuese un milagro por ser el único, en días invernales, en ir, y muchas veces parecía que era el único en la ciudad, porque El Tropezón ya no era un pueblo, que leía.
Allí, en la biblioteca, ese mismo día 25, cada vez que llegaba el estudiante, y aquí la historia se ponía pesada, ocurría la repetición, con variaciones, de un mismo diálogo.
Lo único que escribía Kutruly era la repetición de este dialogo. Muchas veces con distintas palabras.
El joven X entraba y esto era lo que escuchaba ni bien traspasaba el chirrido de la puerta.
-Pero Chiche, no te enojes, que no pasa…no seamos dos personas que se rechazan y nada más.
-Ahora me salís con esto... No te entiendo... No pasa nada... No pasa nada… Como qué no pasa nada... Pasa que no quiero que te me acerques nunca mas en la vida… No entiendo como te da la cara para hacerlo... Sabes que no me gustan las flores, ni las latas de aceitunas, ni esos poemas que escribís, Luis Oscar... Y seguís insistiendo... Por qué no me dejás en paz, por favor. Y te vas que tengo gente. ¿Cómo estás “X”? ¿Venís a pagar la cuota por adelantado ya?
Y esto es lo único que queda del único cuento que fue encontrado y mostrado, sino, tal vez, de los cuentos de Kutruly.
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