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domingo, 4 de noviembre de 2018

Iglesia

Un buen dia de calor. De repente. Como si hubiese visto al mismísimo demonio, así comenzó a andar, mi vecino de junto, el tal Carlitos.

Su mirada, de un dia para el otro, no volvió a ser la misma, y se volvió mas retraída, mas ida. Como si su foco no estuviera enfocado, o no quisiera estarlo. La vieja María se la pasaba en el bingo y ni bola le daba. Carlitos se la pasaba en la casa la mayor parte del día, hablando con los perros y con él mismo. Trabajaba por las noches como vigilador en un sanatorio privado.

Trató de disimular su locura cuanto pudo, tanto en su laburo como en el barrio, y a las preguntas mas incisivas que recibía, de familiares confites, o de vecinos, o del almacenero, del tipo:
-Che Carlos, ¿Qué mierda te anda pasando?¿Estás bien o comiste mierda?
El callaba, como si no tuviera nada que decir, o contestaba, tímidamente:
-No sé que me pasa.
Como si supiera que no estaba bien.


Bueno, la cuestión fue esta, el domingo, hará ya unos dias, Carlitos agarró su revolver (trabajaba en una empresa de seguridad privada) y fue a la iglesia.

Alli, en el medio de la misa, se subió al estrado, y desató el caos. Al reverendo lo bajó de un tiro en el entrecejo. Y comenzó la balacera contra sus hermanos y hermanas. Tiraba balazos a lo loco. Suerte no mató a nadie.

Cosas extrañas pasan siempre en las iglesias.

Desde uno de los asientos, un viejo, se puso de pie. Sin asco, amacijó a corchazo limpio. Carlitos cayó de bruces, como una bolsa de papa, producto de la consistente descarga. Se la habían dado con queso. El viejo siguió tirando hasta que se le acabaron las balas y un montón de tiros fueron a parar al cristo. Cuando hubo de terminar todo, como en una película de acción, un leve respiro de alivio se apoderó de la sala. Todos se retiraron en silencio.


Como vecino de junto, me avisaron ni bien sucedió el hecho. Fui hasta el lugar, y oí cómo las viejas, entre ellas una que se llamaba Chiche, a la salida de la iglesia, cuchicheaban diciendo que un buen hombre (intuí que era el viejo) los había salvado como si hubiese sido el milagro de un angel. Mientras que el otro,(o sea, mi vecino Carlitos) andaba endemoniado como si le faltaran un par de caramelos en el frasco, o bien, como si hubiese visto al mismísimo demonio.

Hacía calor, mucha calor.

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