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viernes, 26 de octubre de 2018

Trabajo práctico

Venía todo para la mierda. Me había peleado con todo el mundo. Con mi vieja, por quedarme con un vuelto. Con poetas jóvenes, por acusarlos de lameloides. Y por mas que buscaba, no podía conseguir trabajo. Ingles intermedio. Dos años de experiencia. Hijos de una gran puta. Un trabajo que no fuese un acomodo a todas lineas, sino un premio a mis capacidades. Cosa que en realidad no tenia. No habia. Ay, dónde estarian Roberto Arlt y John Kennedy Toole en el desastre de mi biblioteca.


La cosa se ponía cada vez peor. En mi casa, ya se había acostumbrado a que sea un zoombie. En lo de mi abuela, me decían que debia ponerme las pilas. Yo no les daba pelota. Estaba en quilombos literarios, queria saber qué pensaba Borges en el ultimo momento de su vida, anhelando la muerte como quien anhela pocas cosas, aunque en cierto punto me afectaba. Repasaba su carrera hecha en el intento trunco de retirarse de la poesía y de la vieja Francia como quien sabe retirarse de una mesa de póker ganador, pero a la inversa. La litertura era saberse perdedor de entrada. Pero no era perdedor la palabra. Tampoco ignorado, olvidado o "indiferenciado". Era una que es dificil nombrar pero que se le parece al silencio o a la desaparición. O al silencio que produce una desapareción.

Allí en lo de mi abuela, revisaba el telefóno de mi tio y veía sus mensajes melancólicos con una nueva tia cuando se separaban y se mandaban cumbias. Estaba jodida la mano, mandarse Luis Miguel, Pardo Nardo, Los Panchos, etc. Pensaba en mis abuelos solos. Rosamel Del valle. O rosamel araya. Mi madre y el mar. Cementerio solitariamente construidos. Viejos amigos lejanos. Olvidados clubes desaparecidos. En acción.

De vuelta en casa, leía todo tipo de articulos sobre Wittgenstein. También lecturas por arriba. A través de las clases que me contaba que tomaba un amigo poeta, uno con los que me había peleado, de la facultad de Filosofía. Paradoja bestial que Wittgenstein, ingeniero, haya metido la pata hasta el limite de la prosa intocable de la filosofía.

Yo, que lo entendía menos que Rusell, no Bertrand sino Raymond, yo, que leía esas cosas desde la academia de ciencias económicas, más lejos que nadie de todo, no podía decir nada. Lejos de todos, todos, de lejos...yo, iba poder entrar en la literatura cuando dejase el yo, como dijo Kafka. Como hizo Celine.

Hasta en esos dias de calor, recuerdo que trabajaba los clasicos. Había construido una magnifica telaraña que comenzaba con los enlaces de Poe y Baudelaire y hacía tiempo que permanecía ahi mirando una serie que se llamaba Twins peaks. La serie de David Lynch.

Me desviaba el tema de que me había peleado con mi mama, porque ella me había devuelto el disco Blackstar de David Bowie. Entonces me la pasaba escuchandolo. Entonces leía cosas como si fuera mi madre, y tenia que tratar de leer hasta donde habría leído ella. Y sacar conclusiones de cuales habian sido los motivos del corte de la lectura en ese punto. Y de paso de nuestra pelea. Un libro de Galeano y otro de Emily Dickinson. Yo jamás lei bien la poesia.

Irme a beber por ahi con geishas kafusianas y prestarle algo de efectivo a un primo bukowskiano, era una opción. Esos quilombos me había armado.

Me encontraba la mayor parte del tiempo en el altillo, reflexionando, el lugar de la casa que creó mi hermano para que yo investigue sobre el lenguaje, sobre los jardines, ahi tenés la madriguera, me dijo ese dia, y yo llevé ahi mis miserias. Y desde ahí fue que me dije que tocar el piano era cosa de trabajo. Las variaciones de Glend Gould no eran moco de pavo. Y hacía poco que había descubierto un loco que se llamaba Lang lang o algo así. Cuando me puse a ver qué habia por los lugares de donde soy oriundo, me encontré con monstruos como Barhenboid o Argerich. Y me limité a escucharlos y a pensar en ellos de vez en cuando. Los relacionaba con el tema del trabajo. Pero no el trabajo como fuente de recursos para vivir y ganarase la vida. Sino como el trabajo espiritual para salvarse.

Fue ahí cuando volví a hablarle a mi ex, con quien habíamos leido a Simonde Beaiuvour (sin desconocer la obra de Sartre) y con mirabamos tardes enteras animes japoneses. Los bellos recuerdos de la secundaria. Estuvimos ahi de viajar a Japon, hasta que se fue todo a la mierda. Nos peleamos por pavadas y dejamos de vernos. Volví a hablarle. Y volvimos a entablar conversación. El mundo del wpp es mas sencillo. Me habló de animes nuevos, creo que me los había recomendado hace un tiempo, como tambien me había recomendado musica kpop.
Fue una confesión cuando me dijo que estaba por viajar a Japon y que hablaba japonés y cuando me dijo que, bueno, cosas que escapan al relato...

Sin saber cómo, un dia de subte a la salida de la facu, viajé para encontrarla, ella daba clases de Japones en la facu de psicología, en la calle Independencia, a unas cuadras de la de Sociales. Debía verla y decirle cuanto la quería. De nuevo.

En el viaje vi que un muchacho hipster leía con entusiasmo un libro. Y lo tenía señalado con esas cosas de colores y anotado por todos lados. O sea, un lector trabajador. El libro era uno sobre David Byrne. Al principio, ese nombre no me dijo nada, y una consulta que bastaba para saberlo cuando le pregunté al muchacho, tampoco.
-Che, amigo, quién es David Byrne.
-David Byrne papá. Este loco es una máquina.

Confieso que no le pregunté mas nada porque ese dia tenia la cabeza quemada con el tema de la clase Bernoulli y la serie sobre Heisenberg que la profesora había interconectado de una manera estrambótica. Y porque estaba cada vez más cerca de comenzar a buscarla, sin saber si la iba a encontrar.

Suaves solidificaciones me invadieron cuando escuché su música. De vuelta en el viaje en tren. Todo estaba bien. Y no quiero hablar mas de lo que se debe callar.

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